Carpe Diem. Lección de vida de un prematuro

No hay un lugar más angustioso que la UCI de un hospital. Eso es una obviedad que desgraciadamente están comprobando desde marzo millones de familias pero hoy, en el ‘Día Mundial del Niño Prematuro’, os quiero contar que no hay un lugar más lleno de amor en un centro sanitario que la UCI de neonatos.

Amor incondicional de unas madres y unos padres hacia sus minúsculos hijos.

Amor de médicos y enfermeros a una profesión que les lleva a hacer milagros a diario, y sobre todo amor a la vida recién estrenada de criaturas que han venido al mundo antes de tiempo y que se encuentran peleando por superar cada día, confinados entre paredes de cristal. 

El gel hidroalcohólico no es nuevo en esta planta. Ni los patucos que cubren los zapatos, ni los lavados de mano constantes a los que ahora se suman las mascarillas de padres que acogen en el escote de su camiseta lo más grande de sus vidas.

Tampoco son nuevos los suspiros al otro lado de la incubadora, el pellizco en el estómago que te acompañará toda la vida cuando pases cerca del hospital ni los besos infinitos incluso a través del cubrebocas.

Si parir en tiempos de coronavirus impone, imagínate lo que es hacerlo cuando todavía no tocaba. El miedo toma las riendas cuando pierdes el control del momento más importante de tu existencia, pero la vida es tozuda y si decide abrirse paso no hay quien la pare.

No importa que el tamaño sea pequeño cuando la determinación es grande. No importan los planes a largo plazo cuando la lucha está en el día a día. No importa el camino cuando el objetivo es conseguir dar el primer paso.

Carpe Diem. La primera gran lección que un prematuro trae a la vida de sus padres sacudiendo todo lo accesorio. Recolocando prioridades para siempre. Haciéndote ver con ojos de admiración y profundo respeto cada logro desbloqueado. Cada palabra pronunciada, cada garabato dibujado, cada carcajada contagiosa.

Al fin y al cabo el mérito es suyo y tú lo sabes y por eso te repites continuamente lo increíble que es que esté como está con lo que era cuando nació sin poder evitar sentirte profundamente agradecida.

Agradecida a la vida a pesar de los malos ratos y agradecida a quien cuidó como suyo lo que le era ajeno. Agradecida en definitiva a médicos y enfermeros, a aquellos a los que ahora les regalan estatuas y homenajes al tiempo que se les exprime por la puerta de atrás.

En España no hay médicos suficientes, dicen ahora. Pues háganselo mirar señores, porque en sus manos está lo más valioso. La vida.

Este artículo se publicó originalmente en el blog del Club de Malasmadres